Hoy, en una cafetería, agobiada por el TFG (Trabajo de Final de Grado) y con la sensación de no poder más -la presión, la autoexigencia, el miedo a fallar-, se me acercó una señora de unos 80 años, me miró con ternura, con los ojos brillantes, y me dijo: "Ojalá yo hubiera podido estudiar".
Entretots
Su historia era otra: de responsabilidades tempranas, de caminos marcados sin opción a elegir. Y en ese instante, todo mi agobio se transformó. Comprendí que lo que ahora siento como carga, para otros fue un anhelo imposible. Estudiar cansa, exige, desgasta…, pero es también una forma de libertad que generaciones anteriores no tuvieron.
Qué fácil es olvidarlo cuando estamos dentro del huracán. Pero qué necesario es recordarlo: estamos aquí, haciendo lo que ellas soñaron. Y eso es una suerte inmensa.