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Cine parroquial: "Yo quería ser monaguillo para ver películas gratis"

El 28 de diciembre de hace 120 años los hermanos Louis y Auguste Lumiére realizaron la primera proyección pública de imagen en movimiento. Su cinematógrafo dio la vuelta al mundo, aunque ambos pensaron que el invento no tendría un porvenir comercial.

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Acompañado del padre Miguel Marzo visité la parroquia de las santas Juliana y Semproniana en Sant Adriá de Besós,  y la sala, hoy convertida en capilla, donde los fines de semana hacían cine. Me vienen a la memoria recuerdos de infancia, etapa de la vida en la que uno aún cree en la inmortalidad.

José María Gallardo, el padre de José María, al que llamamos ‘nene’ era el encargado de proyectar las películas; también se encargaba del bar parroquial. Se proyectaban películas clasificadas como morales. Recuerdo películas de El Gordo y el Flaco y Charlot; 'Marcelino Pan y Vino', 'Fray Escoba'… Sebastián Ríos me cuenta que, mientras proyectaban 'Siete novias para siete hermanos', el padre Emilio Fabregat no paraba de pasar delante de la pantalla. En ella se reflejaba su figura robusta, provocando los correspondientes gritos y silbidos.

La entrada al cine costaba cinco céntimos. Siempre quise ser monaguillo; era una ganga, no pagaban entrada y recibían propinas en bodas y bautizos. A los alumnos y alumnas que asistían a catecismo, el padre Emilio les entregaba un tiquet para ir gratis al cine. Los hijos de la Guardia Civil tampoco pagaban entrada. Y un alumno de la escuela parroquial era el encargado del botijo: cobraba cinco céntimos por cada trago de agua.