El pasado sábado estuve en la manifestación para denunciar el genocidio en Palestina que tuvo lugar en Madrid. Entre las pancartas, las banderas y la indignación no pude dejar de mirar a mi alrededor y darme cuenta de algo inquietante: faltaba juventud. Faltaban esos votantes primerizos, esos chicos y chicas que hoy definen las tendencias en las redes, pero que parecen ausentes en la calle cuando lo urgente no es viral sino humano.
Entretots
No los culpo. Entiendo la desidia que nos atraviesa en este mundo posmoderno, donde todo es tan rápido, tan abrumador, donde es más fácil mirar a otro lado. Pero mientras eso ocurre, en Gaza no hay una guerra: hay un genocidio. Y aquí, en nuestra comodidad, el fascismo se disfraza de indiferencia.
¿Qué podemos hacer para que las generaciones más jóvenes crean de nuevo en los valores humanos? Quizá no se trate de imponer discursos sino de recordarles que la dignidad no se negocia. Que la libertad no es solo personal, es colectiva. Que estar vivo es más que existir: es comprometerse.
No basta con emocionarse frente a una pantalla. Hay que salir. Hay que mirar de frente. Y, sobre todo, hay que creer, incluso en tiempos como estos, que todavía es posible defender lo justo.