Hay muchas maneras de decir adiós, pero parecía improbable que una diva mundial como ella lo hiciera de esta forma. Subí a la sala número seis del tanatorio de les Corts (Barcelona) y, al final de las escaleras, una sala de velatorio común con las puertas abiertas y sin más ornamento que la familia Caballé. No podía creer que la diva del bel canto estuviera allí dentro interpretando el final del libreto, y dispuesta a recibir el adiós de todos aquellos que en algún momento aplaudimos su voz.
Entretots
"¡Nessun dorma, tu pure o principessa!", le gritaba su esposo, el príncipe Bernabé, a los pies de aquel cofre de madera caoba rodeado de flores y que guardaba el mayor tesoro de la lírica del siglo XX. La presencia de la reina Sofía, el presidente del Gobierno y la fanfarria de personajes de la cultura y la política no logró alterar ni un semitono el deseo de sencillez de Montserrat Caballé.
El padre Ángel hizo los honores cristianos en el sepelio que logró unir a ritmo del Ave María de Schubert todo lo que hoy se rompe. Autoridades y sociedad civil se dieron la paz, despidiendo a la embajadora de esa Catalunya que cantó al mundo entero “Barcelona” y que tanto echamos de menos.
Vuela alto, Madame Butterfly, con tus alas de dignidad y sencillez. Hoy volverás a ver las estrellas como aquella niña que pasó las noches en la plaza Catalunya, cuando papá y mamá no podían pagar el alquiler.