En política, como en todos los aspectos de la vida, se ha de mantener un tono de sensatez, templanza, respeto y tolerancia. Pero cuando la estupidez va acompañada de incontinencia verbal y supera la psiquis del individuo, este suele sucumbir ante su propia incompetencia humana. Y lo peor nos es solo el contenido de lo que se manifiesta, sino pensarlo.
Entretots
El máximo exponente de ello es Donald Trump, y cuenta con alumnos aventajados por todo el mundo. El mandatario estadounidense ya nos tiene acostumbrados a toda clase de salidas de tono, exabruptos y demás lindezas que acrecientan día a día la lista de escándalos en torno a su figura. El último, el ataque racista a cuatro congresistas demócratas de origen foráneo, tres de ellas nacidas en EEUU y otra nacionalizada de procedencia somalí.
También patética y vergonzosa fue la actitud de los fieles seguidores de Trump vitoreando sus palabras y coreando, en el lapsus de unos segundos en los que interrumpieron su discurso en un mitin, "devuélvela a su país, devuélvela a su país", en referencia a la congresista musulmana. Trump avivó esas bravatas xenófobas días atrás en un tuit.
Resulta tan sencillo expandir el discurso del odio supremacista como a finales de los años 1910 se expandió la mal llamada gripe española por toda Europa y otras zonas del mundo. La estupidez humana puede llegar a ser tan peligrosa como el arma de guerra más mortífera. Y al parecer, de un tiempo a esta parte, unos cuantos mandatarios políticos compiten a nivel mundial por lograr el título de estúpido del año.