Tenía 16 años y la expectativa de pasar un verano emocionante. Mi tarea como voluntario comenzó un mes antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos. Mi función era la de responsable de la sala de musculación Mizuno que se instaló en el pabellón del Bon Pastor.
Entretots
Poco estuve en la sala -en esas fechas los atletas pocas pesas hacían- y mucho en la pista, donde entrenaban las selecciones de voley. ¡Qué pasada para un chaval que juega a voley, poder ver, participar (a veces) y compartir espacio con las estrellas de tu deporte!
Una vez empezaron los juegos, el trabajo en las pistas de entrenamiento disminuyó y, en cuanto el voley llegó al Palau Sant Jordi, me asignaron a las pistas del anexo donde se realizaba el calentamiento.
Pude ver casi toda la competición. No olvidaré jamás ambas finales. Y además pude ver el primer ensayo de la ceremonia de inauguración, así como otros deportes de los que era aficionado, como el atletismo y el badminton.
Qué especial que era moverse por la ciudad, el ambiente fenómenal e increíble. Pero no acabó todo con los JJOO, aún quedaban los Paralímpicos, que empezaron con los ensayos de la ceremonia de inauguración y los entrenos de las selecciones de voley en el anexo del Sant Jordi.
Participar en las ceremonias de inauguración, y con la perspectiva que dan los años, es una experiencia 'top'. Entonces era una oportunidad de pasarlo bien, seguir conociendo gente y disfrutar de lo que era Barcelona. La competición, divertida y admirable.
De hecho, los Paralímpicos fueron para mí toda una lección. Compartir tantas horas con los atletas que te explicaban que estaban ahí por culpa de la guerra, muchos de ellos israelís, iraquís o iranís, o saber que ciertos paises, como Holanda, ya 1992 tenían políticas inclusivas fue una experiencia única.
Han pasado muchos veranos, pocos tan vivos en mis recuerdos como el del 92