Tonto el que lo lea. Siempre me fascinó esta frase, me parecía contraproducente que una ofensa causara esa indeseable sonrisa final. Hoy en día, los tontos abundan y la tendencia va en aumento a juzgar por las reivindicaciones y las ideas absurdas que se leen y se escuchan.

Los hay que defienden acaloradamente la vida del Toro bravo basándose en el sufrimiento del animal, sin embargo la mayoría no dudan en llevarse a la boca otros animales cuyo padecimiento supera con creces a su protegido. Pregúntenle a una vaca, colgada boca abajo de un gancho electrocutada salvajemente mientras que observa, aún con vida, sus tripas esparcidas por el suelo gracias a la pericia del matarife.

Españoles que piensan que debemos pedir perdón por los atropellos cometidos en conquistas imperiales hace 500 años, cuando los delitos más graves prescriben en nuestro país a los 20 años, como si las invasiones se hicieran repartiendo golosinas a diestro y siniestro. En Estados Unidos, Francia, Portugal, Reino Unido, Australia, Holanda y demás países imperialistas no tienen estas ideas de bombero, ellos no son tan tontos.

No voy a discutir que preocuparse por seres humanos que ni conocemos que pierden la vida en el mar es muy loable y da mucho lustre, sin embargo no mover un dedo mientras desahucian al vecino octogenario que cotizó toda su vida para finalmente ser víctima de la codicia unos pocos parece no tener la misma importancia.

En España, la gente no se ahoga, se suicida porque lo pierde todo; ya se ocupan los medios de desinformación de que no cunda el pánico ocultando la noticia. Incluso hemos resucitado la dictadura e implementado la palabra fascista, utilizándola para definir a todo aquel que sencillamente piensa diferente. Esta democracia es mucho peor que muchas dictaduras, el pueblo tiene libertad para expresarse libremente y con eso basta.

Ahora algunos banqueros son los cacos, salvo que ellos no pagan por sus fechorías, impunidad preferente, obsequio de sus siervos políticos. Repúblicas bananeras imposibles que no se creen ni quien las proclama, ocho segundos bastan para contentar adeptos y salvar el honor de quien nunca lo ha poseído.

Me falta espacio para tanta tontería, otro día seguimos tonteando.