Como inmigrante sudamericano en España siento una inquietud que crece cada día. No por la migración en sí, sino por la forma en que se niegan los problemas reales de convivencia. Hay grupos —especialmente, algunos de origen más que conocido— cuyos patrones culturales y religiosos chocan con normas básicas de respeto, igualdad y vida en común. No es odio, es realidad. Pero si lo nombras, te acusan de racista.
Entretots
Esta falsa dualidad —o callas o eres reaccionario— está destruyendo cualquier posibilidad de diálogo sensato. Y me preocupa, porque genera una ley del péndulo: si no se puede hablar desde el centro, la gente acabará escuchando a los extremos. No porque quieran odio, sino porque ya no encuentran otra voz que diga la verdad.
Yo tengo miedo. Miedo porque veo Barcelona más insegura que nunca. Miedo porque, si esto estalla, el péndulo puede volverse contra todos los inmigrantes, también los que respetamos y queremos convivir. No hay espacio para la matización y sin ella solo queda la reacción.
Aún estamos a tiempo de corregir. Pero eso exige valentía política, ciudadana y moral. Y, sobre todo, dejar de infantilizar una realidad que nos está desbordando.