He leído con cierto asombro la exaltación del Día Internacional del Pueblo Gitano. Habiendo trabajado seis años en la calle Ramon de Penyafort (La Mina) y un par más en Alfonso XIII, de Badalona, junto a Sant Roc, puedo afirmar -dejando margen para excepciones- que pocas comunidades mantienen una división tan marcada entre "nosotros" y "ellos".
Entretots
Y lo más llamativo: esa barrera parte desde dentro. Mientras inmigrantes llegados desde 14.000 km logran integrarse socialmente con respeto y voluntad, buena parte de la comunidad gitana opta por mantenerse al margen, aunque exige todos los beneficios del sistema que rechaza.
He visto actitudes racistas hacia otros migrantes, prácticas anacrónicas como la prueba del pañuelo, una justicia interna basada en la ley de talión, y un rechazo casi orgulloso a la educación y la legalidad. Además, hay una práctica especialmente grave y silenciada: la extorsión sistemática a obras en ciertos barrios, donde colocar una bandera gitana es casi condición para trabajar tranquilos.
Esto se tolera entre resignación y miedo. No escribo esto desde el odio, sino desde una experiencia directa que contradice los discursos idealizados. Sí, hay quienes rompen moldes, estudian y se integran, pero romantizar una cultura sin señalar sus sombras es una forma más de excluir la verdad. Y sin verdad no hay inclusión posible.