Acabo de regresar de un viaje a París, ciudad que, al igual que Barcelona, está gobernada por un ejecutivo municipal de corte socialista. Y, sin embargo, no puedo dejar de preguntarme cómo puede haber políticas tan distintas en cuestiones tan esenciales como el uso del espacio público por parte de bares y restaurantes.
Entretots
París, con un clima mucho más riguroso que el mediterráneo que disfrutamos en Barcelona, rebosa vida en sus calles. Las terrazas están llenas. Las mesas y sillas, además, cumplen con criterios estéticos exigentes que embellecen el paisaje urbano.
En cambio, volver a Barcelona resulta, en este sentido, un pequeño jarro de agua fría. Paseando por la calle de la Diputació, a la altura de Borrell, me encuentro con un bar de kebab que solo tiene permiso para colocar una única mesa en el exterior. Una mesa. Un poco más arriba, en el nuevo eje verde de Borrell, un café 'brunch' sufre la misma limitación. ¿Cuál es el criterio? ¿Por qué esa rigidez que asfixia a pequeños empresarios?
Y, para añadir incoherencia, en la misma zona, un bar chino cuenta con tres mesas, una cifra que, aunque ridícula, celebro su suerte, pero no comprendo la arbitrariedad. ¿No debería la normativa ser clara, justa y razonable?
La paradoja es evidente: en París, las terrazas están reguladas, sí, pero también son una apuesta de ciudad. Se cuida la estética y se fomenta la actividad económica y social. Aquí, en cambio, se limita sin criterio aparente, se penaliza al emprendedor y se priva a los ciudadanos de disfrutar del espacio público. Y todo esto en una ciudad que aspira a ser capital del turismo mundial.
¿De verdad creemos que una terraza con una sola mesa es un modelo viable o deseable? ¿No podríamos, como mínimo, abrir un debate serio sobre el modelo de ciudad que queremos? Barcelona se merece más ambición, más coherencia y, desde luego, más sentido común.