La muerte no tiene tarjeta de visita. Irrumpe para segar la vida de improviso, sin avisar. La muerte puede sobrevenir en cualquier instante y circunstancias. Ese fatídico destino cuando es producto de la fatalidad nos conmueve y sobrecoge por su terrible estela de crueldad. Recientemente, dos aciagos episodios, nos muestran descarnadamente la cara más amarga del impredecible destino. Una palmera datilera, en Barcelona, al parecer por estrés hídrico, se desploma y cae encima de una joven que fallece en el acto. Un niño de cuatro años, en Parla, muere tras precipitarse desde el balcón de su casa, cuando su madre se ausentó un momento para dar agua al padre que estaba en la calle arreglando un coche frente a la vivienda familiar con un calor sofocante.
Entretots
Qué maldita, qué cabrona, es la muerte cuando nos arrebata prematuramente, de forma totalmente inesperada, a un ser amado y nos desgarra el corazón a jirones, dejándonos estupefactos, sin habla, sin consuelo.