Siempre he sentido que las librerías eran un refugio. Un respiro ante el ruido de lo que ocurre fuera. Un espacio donde se disfrutaba de actos tan simples y básicos como tocar libros o perderse entre estanterías en busca de una historia que abriera puertas a lo ignoto.
Entretots
Desde hace algún tiempo, he notado que muchos de los espacios dedicados a los libros más vendidos están repletos de ‘libros-brújula’, obras que no invitan a explorar otros mundos sino a reencontrarse en este. Entre ellos, tímidamente, aún resisten algunas novelas o ensayos, como faros en pleno temporal.
Las librerías como reflejo de la sociedad: inquietud, desasosiego, ansiedad. Una sensación que entristece. Una vorágine que absorbe por los cuatro costados. Ya no hay tiempo para casi nada, apenas queda espacio para la pausa. Parece que lo único que salva de esto es un atajo emocional, una muleta psicológica que alivie, aunque sea por un instante, el peso que se soporta a diario.
Leer, pero ya no para perderse en otros mundos, sino para tener unos minutos en los que uno pueda sentir que puede controlar el suyo, ese que a veces se escapa.