En estos días oscuros para la humanidad, lo que está ocurriendo en Palestina ya no puede ni debe maquillarse con eufemismos diplomáticos. Lo que Israel está llevando a cabo en Gaza y Cisjordania cumple, según numerosas voces expertas en derecho internacional y derechos humanos, con los elementos que definen un genocidio: la aniquilación sistemática de una población, el castigo colectivo a civiles, y la destrucción de infraestructuras esenciales para la vida.
Entretots
Organizaciones como Human Rights Watch o Amnesty International, y juristas como Craig Mokhiber (exdirector de la ONU para los derechos humanos en Nueva York), han alzado la voz para denunciar esta realidad. Pero Europa calla.
La Unión Europea, que se precia de ser un bastión de los valores democráticos y de los derechos humanos, ha optado por la complicidad del silencio. Algunos países incluso continúan vendiendo armas o justificando acciones bajo el paraguas del "derecho a la defensa" israelí, ignorando que el derecho internacional humanitario no ampara crímenes de guerra ni castigos colectivos.
Albert Einstein, judío y pacifista, pronunció una frase que hoy resuena con dolorosa vigencia: "El mundo no será destruido por los que hacen el mal, sino por aquellos que los miran sin hacer nada". Esa inacción, esa indiferencia convierte a Europa en cómplice pasiva del sufrimiento de miles de personas.
No basta con la condena tibia o con llamadas vacías al alto el fuego. La neutralidad frente al horror no es neutralidad: es alineamiento con el opresor. La historia juzgará a quienes pudiendo alzar la voz eligieron el silencio.
Pero lo peor no es el juicio futuro, es el sufrimiento presente de una población que, día tras día, ve cómo se le arrebata la vida, la tierra y la dignidad, mientras el mundo mira hacia otro lado.