Al margen de los incidentes que han protagonizado determinados grupos contra el turismo, en algún caso violento -lo cual repruebo con rotundidad-, verdaderamente tenemos un grave problema sobre la mesa. Al respecto y desde hace días, solo oigo argumentar en general desde diferentes sectores (políticos, hosteleros y medios de comunicación) que el turismo es una fuente de riqueza para nuestro país -un 13% del PIB-, y que quien lo ataca está atacando a nuestra economía. Una verdad a medias, o dicho de otra forma, una medio mentira. Casi nadie, y en especial los responsables políticos, entran a analizar el problema de fondo.
La masificación turística que se viene produciendo en muchos puntos de nuestra geografía como Catalunya, Baleares, el Levante o zonas de Andalucía, está generando un grave conflicto a los residentes de esos lugares, entre los que me incluyo. Problemas de convivencia, incivismo en muchos casos, desplazamiento de vecinos de toda la vida a otras zonas o localidades, etcétera.
La cuestión del mal llamado turismo barato o 'low cost' no es si gasta poco o por debajo de la media, sino la forma en que esos grupos de turistas vienen a nuestro país de forma organizada a través de turoperadores de sus países de origen, principalmente de Inglaterra; el también llamado turismo de borrachera (bebida en exceso y fiesta). Y curiosamente, gran parte de los ingresos de ese tipo de turismo salen de nuestras fronteras.
Otro asunto que se agrava con el fenómeno del turismo masivo -y ya descontrolado, como se está comprobando-, es la proliferación de pisos turísticos (legales e ilegales) en las grandes ciudades,. Ello ha contribuido en parte a generar una nueva burbuja inmobiliaria en ciudades como Barcelona y Madrid, entre otras, esta vez en el mercado del alquiler, con precios desorbitados y dificilmente asumibles por la mayoría de ciudadanos de a pie, los que habitamos por el momento -y resistiendo- esas ciudades.
Ayuntamientos, Comunidades y Estado deben tomarse muy en serio el asunto y generar medidas que palíen el descontrol turístico bastante generalizado que estamos padeciendo, de manera que atraigamos a un turismo de calidad, y cuando digo de calidad no me refiero en términos clasistas, sino a un turismo menos masificado, sostenible, que nos aporte no solo ingresos dinerarios sino también riqueza cultural, convivencia armonizada y equilibrio urbanístico.
Y un apunte más: si se creasen viviendas sociales en las ciudades más afectadas se acabaría, al menos en parte, con la especulación inmobiliaria que no hace más que acrecentarse.