Después de la transición de 1978, la política llevada a cabo por el Estado es corresponsable del auge nacionalista, por la actuación de los respectivos gobiernos del PP y PSOE, anclados en el egoísmo y la cobardía.

La democracia incomoda a los independentistas para conseguir sus objetivos; es como un auténtico escollo que intentan burlar constantemente.

Ahora, los tribunales alemanes solo quieren juzgar a Puigdemont por malversación. Dicen que en el golpe de estado no hubo violencia y que la declaración de independencia de Catalunya solo se hizo inmortalizándola con un bolígrafo para más tarde proclamar la república.

En Alemania, un partido cuyos fines fueran poner en peligro la existencia de la república sería inconstitucional.

Espero que algún día haya políticos españoles sin miedo que puedan frenar al nacionalismo que, en cierta forma, es como una religión, con su dios, la patria catalana. Que tengan la valentía de replantearse una solución a este conflicto, como que volviesen las competencias de educación al Gobierno central.