Se acerca el verano. Y con él, la temporada de festivales. Música en directo, pulseras de colores, la euforia colectiva de olvidar por unas horas la rutina. Este año, sin embargo, la resaca empieza antes: hemos sabido que un fondo pro-israelí, vinculado directamente al genocidio en Gaza, está detrás de la financiación de varios de los festivales más importantes.
Entretots
Quizá no sorprenda, pero sí debería inquietarnos. ¿Qué pasa cuando la cultura, que debería ser un espacio de encuentro y humanidad, se financia con manos manchadas de violencia? Esta no es solo una cuestión de boicots. Es una oportunidad para reflexionar sobre qué sucede cuando privatizamos la financiación de la cultura. Cuando la alegría colectiva depende de fondos que no conocemos o no queremos mirar.
Si la música nos hace tan felices, ¿por qué no exigimos que se sostenga con recursos propios y limpios? Quizá la verdadera revolución cultural empiece ahí: en preguntarnos no solo quién canta sino quién paga para que lo hagan.