A tenor de las infinitas cartas de lectores que he leído últimamente -auténticos manifiestos del malestar moderno- no me queda otra que rendirme ante una conclusión: en Barcelona todo molesta. Nos incordian las cotorras por ruidosas, los niños por jugar, los turistas por existir, los vecinos por hacer el amor con demasiado entusiasmo y el sol por brillar sin consultar.
Entretots
Queremos bares abiertos siempre, pero que no suenen; viviendas asequibles, pero sin construir nada nuevo; menos tráfico, pero sin tocar nuestro carril favorito; coches baratos, eléctricos, nuevos y sin emisiones; seguridad, pero que la policía no se note; y niños mudos, pero bien socializados. La ciudad perfecta, vamos.
Y es que a menudo confundimos el incivismo con todo aquello que personalmente nos molesta, aunque no sea ilegal, ni inmoral, ni nada más que parte de la vida en comunidad. Tal vez solo nos falta admitir que lo que más nos gusta es quejarnos.