Estoy en la bicicleta estática, acabo de subir. Me duele la lumbar izquierda. Ha llegado la pelirroja, su sonrisa se presiente, calma la tarde de algún modo. Viene acompañada del moreno. Él no se sube a la elíptica, platica con ella, a un lado, mientras las piernas enfundadas en las mayas negras comienzan a subir y bajar. No sé si serán novios, pero es seguro que si no lo son, él estaría encantado, se le nota. En cambio ella, la noto relajada, sonriente, pero sin aprensión; lo mismo platicaría con otro que se acercara amable, como a veces le sucede.
Entretots
Ya no me duele la lumbar. Ha comenzado a dolerme la rodilla derecha. Hay quien dice que a los 25 años no duele nada. Es mentira. Cuando era niño, a veces me dolía el alma. Platican. El cabello de ella es natural. Él no es muy agraciado, pero se esfuerza por protegerla, más que nada, parece, por marcar su territorio. Eso a veces me da un poco de pena, pero no se ve que a ella le moleste, aunque alguna vez he creído que suplica por algo de oxígeno.
Yo aquí no le hablo a nadie. Incluso soy frío y esquivo (manteniendo lo amable) cuando un saludo pretende llegar a mí, o cuando llega. Pero me gusta ver cómo se entrelazan los demás, cómo tejen sociedades, se entusiasman, como si les sobrara el tiempo, o incluso se detuviera. Es curioso cómo las personas pueden relacionarse, enamorarse, donde sea.
Finalmente, la sola idea de verlos, de pensar que hilan frases, que a su vez alguno de los dos espere que esas conversaciones hilen algo más, algo luminoso, termina por causarme aburrimiento. Aún más, si pienso que llegarán a enamorarse, el aburrimiento se agudiza. No es para tanto. Es solo que las relaciones amorosas me parecen una forma de guerra. Hace mucho que soy un hombre de paz. Aunque a veces, con mucho entusiasmo, pueda disparar un dardo con fuego, arriesgando que se incendie todo el valle.
Después de todo, ya lo dijo Octavio Paz: "Amar es combatir".